martes, agosto 22, 2006

Tacos / Cuento



La noche se irradiaba de tibieza con la sonrisa amarillenta del lejano satélite sobre la comunidad de Pangarito, Michoacán, pueblo ubicado a veinte minutos y diez a caballo de la playa, donde el rugir de las olas viajaba con la brisa reproduciéndose infinitamente entre los palmares. No hay empedrado más perfecto que el de sus calles de piedra bola tan fina que bien parece un tapete de parda porcelana. Altas palmeras muestran indecisa su mirada, algunas la mandan en dirección al mar y otras buscan los altos luceros clavados en el universo, un silencio exquisito aísla el sonido del océano como música de fondo, algunas voces surgen y doblan por las esquinas del pueblo, donde casi todos duermen ya casi dadas las nueve. Un puesto de tacos de tripa, cabeza y bistec, también era punto de reunión para algunos aislados de las altas horas, personas con trabajos nocturnos, gente sin sueño, o de paso.
- ¿Dónde encontramos Juanita, cuñao?
Balbuceó el conductor de un auto compacto que apareció errante en el pueblo, con música de banda a grandes decibeles y atiborrado de jovenzuelos en evidente vuelo psicotrópico, el mayor de ellos tal vez de diecisiete años.
- No sé, cuñao, pero hay tacos, los que gusten.
Respondió el taquero con gran naturalidad mientras la mirada de los presentes se ponía en el auto de importación, en aquellos chicos de clara piel, ropa floja y costosos relojes, mismos que al verse sin la información requerida arrancaron dejando a todo mundo envuelto en una polvareda, se dirigieron a la playa como tantos lo hacen de ciudades cercanas, mismos que en plena fiesta ven fácil tomar un auto y pasar la noche en la arena, bajo la luna, cubiertos por la impunidad de un pueblo sin parada en el mapa. Nadie reconoció aquel auto, aquellos muchachos, debían ser de una ciudad más lejana o tal vez de otro estado, Guerrero, Jalisco quién sabe, difícil saberlo sin unas placas.
Buena venta hubo esa noche gracias a ser el único lugar abierto para desvelados, aunque el pueblo pareciera desierto, de la penumbra aparecían primero las voces, luego las siluetas de los clientes, o por el empedrado, a lo lejos, se veían venir las camionetas de las pescaderías, o las cocoteras con producto rumbo a los mercados regionales no sin antes hacer la rigurosa parada; aún cenada la gente se para en los tacos, un rato de plática no hace mal a nadie y menos cuando se recibe un taco de cortesía.
Ya muy entrada la madrugada, cuando ya es más de mañana que de noche, dos ambulancias y una grúa hicieron parada, el taquero saludó de buena gana a los socorristas, también al chatarrero, mismos que ya conocía de mucho tiempo dada la gran cantidad de accidentes, la mayoría de jóvenes enfiestados que jamás volverían a casa, no vivos, como no vivos yacían aquellos en un par de ambulancias, aquellos llegados unas horas antes en un auto importado, mismo que ya era sólo un bloque de chatarra anclado a la grúa. Muertos los chicos, desecho el coche, nadie cerca para reclamarlos, ninguna prisa. Unos tacos.

Luis Martínez Álvarez© / 2006

lunes, agosto 07, 2006

Manjar

Será un manjar
el vaho de mi corazón abierto
Será irresistible
En donde he caído comerás
Mujer alada


Luis Martínez Álvarez© 2006